viernes, 28 de enero de 2011

El doctor Washington Rosales y los transportes


En el cuaderno de notas que olvidó mi amigo el profesor doctor Washington Rosales, de la Universidad de Montevideo, está escrito lo siguiente:

No hay mal que por bien no venga. Sí, señor. Hay veces que uno busca una cosa y, sin darse cuenta, acaba encontrando otra muy diferente que, a veces, es mejor. Esto es lo que me sucedió la semana pasada.

Con motivo de unos estudios que yo estaba efectuando sobre la influencia del pensamiento nietzscheano entre los habituales de la calle del Laurel, tuve que desplazarme diariamente a la ciudad de Logroño. El viaje de ida no tuvo nunca ninguna complicación. Subía al autobús, pagaba el billete y palante. Ahora bien, el asunto del regreso ya era harina de otro costal. Acostumbrado como yo estaba a la racionalidad de las estaciones de autobuses de Montevideo, de Londres o de Florencia, por ejemplo, donde cada arcén corresponde a un destino concreto, esperaba yo en Logroño al autobús con dirección a Nájera en el mismo lugar aproximadamente, hacia el principio del arcén derecho, llegaba el vehículo, subía yo en él… y cada día aparecía en un pueblo distinto. Un día en Viniegra de Arriba, otro en Calahorra… ¡Cómo iba yo a imaginar que hay que conocer ciertas fórmulas cabalísticas para averiguar dónde va a estacionar el autobús cada mañana!

Pero en fin… esto, que parece un desatino y tal vez pueda parecer también un incordio, me sirvió para conocer La Rioja entera: la baja, al alta, la de en medio y la de más allá. Como he sugerido al principio, hay que saber aprovechar lo bueno de las adversidades.

jueves, 13 de enero de 2011

Tecnología punta


Tras un minucioso examen del lugar y de sus posibilidades, un equipo de científicos de la NASA contratado por nuestro ilustre Ayuntamiento ha ubicado, en las puertas del Centro de Salud, el último grito en sistemas de alta seguridad: La tranca de madera. No semos finos ni ná. A partir de ahora, esas puertas no se abren ni a cabezazos.

sábado, 8 de enero de 2011

Un cartel sorprendente


En la página 23 de la libreta de mi amigo el profesor doctor Washington Rosales, está escrita la siguiente anécdota:

El otro día me sorprendí vivamente cuando, en uno de mis paseos matutinos por las calles najerinas, leí un cartel en un comercio que decía: “Hay calamares de Tricio”. Toma jeroma. ¿Calamares aquí, a un porrón de kilómetros de la costa? El nombre de Tricio me sonaba de algún estudio o de alguna lectura y, al llegar a casa, no tardé ni un minuto en consultar la enciclopedia. Concluí que Tricio –del latín, Tritium– es un pueblecito cercano a Nájera, cuna de pelotaris y de caracoles, donde no se ha visto un calamar vivo ni en el Pleistoceno. Tiene un lago, o un pantano, o qué sé yo, pero nada de agua marina. ¡Qué misterio!

Esa misma tarde volví a la tienda. Cauteloso, correcto, me acerqué a una señora que esperaba su turno para ser atendida y le pregunté, con doble intención y gesto de espía de película: “¿Calamares… de Tricio?”. La mujer, ante mi razonable pregunta, me observó de arriba a abajo, miró a los demás clientes y luego respondió: “Pues claro. ¡No van a ser de Huércanos!”. Y todos los presentes se partieron de risa. “¡Calamares de Huércanos, jua, jua, jua! ¡Vaya majadería!”. Desde luego, si esta tierra es sorprendente por un montón de razones –como, por ejemplo, que no emigren las cigüeñas-, los habitantes lo son aún más”.