domingo, 31 de octubre de 2010

La Uña

A aquel cadáver seco y pavoroso
que en vida se llamaba don Enrique
le crecía una uña del meñique
de tinte marfileño y asqueroso.

Un deseo fatal, turbio y morboso,
disculpad que mi mente despotrique,
acometióme al ver al alfeñique
ostentando tal uña de coloso.

En un descuido, cauto y solapado,
acerquéme hasta el lecho del finado,
hurtando el cuerpo a deudos y parientes.

Y corté aquella uña, ¡sí, cortéla!
Más tarde repulíla y afiléla.
La llevo siempre aquí, de mondadientes.

(JORGE LLOPIS, La rebelión de las musas, editorial Planeta, Barcelona, 1972)

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